El periodismo, un oficio en crisis
Por Esteban Peicovich (*)
Ya que el domingo fue el día, hablemos de nosotros. Algo grave le pasa al arte de informar para que un hospital sin anestesia sea dato menos extraordinario que un saque de Del Potro. La crisis del oficio obliga a mejorar el famoso instrumental de las cinco preguntas. A reparar el puente entre noticia y receptor. A resolver el desfasaje flagrante entre realidad y lectura.
En mi caso, dedico mi razón a los “porqués” y mi amor a los “cómos”. El primero me ayuda a buscar la raíz. (Cuánto más porqués me diga mucho antes llegaré) El segundo evita me aplaste el monopolio “de lo mismo”. No desdeño al “que”: lo tomo con pinzas. Los “qué” del tercer milenio son como muñecas rusas. No adhiero a la gris primicia del colega Eclesiastés: “Nada nuevo hay bajo el Sol”.
Lo hay y lo trae el “como”.“Cada instante sucede lo extraordinario” clamaba Víctor Hugo. O el milagro, diría Crisóstomo, locutor medieval (y santo) a quien llamaron “Boca de oro” por como daba las buenas nuevas (y las malas).
El periodismo en su esencia es un género central de la literatura. No muestra como el teatro, ni pinta como la novela, ni celebra como el poema. Se ocupa (nada menos) de poner al tanto de lo sucedido a los unos y a los otros. Despliega cada segundo ante los ojos la incesante primicia mutante de que venimos de un absurdo y vamos hacia otro. Tanto en lo privado como en lo público es nuestro máximo entremés.
Y la noticia, una tras otra, nos mantiene intrigados por conocer cómo sigue lo que viene siguiendo desde siglos. A veces con retórico conteo de fechas, frases hechas y desgana de palabras. Otras con encarnado vibrato de folletín. Bien le haría al oficio (en todos sus medios) que incluyera más novelistas, cuentistas, poetas, ensayistas, dramaturgos, guionistas, que vacuos cagatintas de ocasión.
Se trata de motivar a los lectores como lo hicieron en su tiempo los también periodistas Dickens, Dumas, Verne, Dostoiewsky, Zola, Gorki y entre nosotros Sarmiento, Fray Mocho, Arlt, Tuñón, Borges, Walsh y tantos más. Porque lo primero que buscamos en un diario (de papel, on line, radial o televisivo) es vida.
Pistas, sentido, claridad, huellas, soportes, espejos. Lo que deseamos suceda. Y aquello que deseamos que no. Lo necesitamos (nada menos) como tutorial para saber cómo mover las piezas en el juego del viaje. Para intuir el rumbo que tomarán los días públicos. (Y ajustar el argumento de los privados) Para decidir si como Ulises encaramos el viaje propio o en caravana. Para celebrar dicha o acortar desespero (Y si se nos canta, hasta para salir a buscar un mirlo blanco)
Por Esteban Peicovich (*)
Ya que el domingo fue el día, hablemos de nosotros. Algo grave le pasa al arte de informar para que un hospital sin anestesia sea dato menos extraordinario que un saque de Del Potro. La crisis del oficio obliga a mejorar el famoso instrumental de las cinco preguntas. A reparar el puente entre noticia y receptor. A resolver el desfasaje flagrante entre realidad y lectura.
En mi caso, dedico mi razón a los “porqués” y mi amor a los “cómos”. El primero me ayuda a buscar la raíz. (Cuánto más porqués me diga mucho antes llegaré) El segundo evita me aplaste el monopolio “de lo mismo”. No desdeño al “que”: lo tomo con pinzas. Los “qué” del tercer milenio son como muñecas rusas. No adhiero a la gris primicia del colega Eclesiastés: “Nada nuevo hay bajo el Sol”.
Lo hay y lo trae el “como”.“Cada instante sucede lo extraordinario” clamaba Víctor Hugo. O el milagro, diría Crisóstomo, locutor medieval (y santo) a quien llamaron “Boca de oro” por como daba las buenas nuevas (y las malas).
El periodismo en su esencia es un género central de la literatura. No muestra como el teatro, ni pinta como la novela, ni celebra como el poema. Se ocupa (nada menos) de poner al tanto de lo sucedido a los unos y a los otros. Despliega cada segundo ante los ojos la incesante primicia mutante de que venimos de un absurdo y vamos hacia otro. Tanto en lo privado como en lo público es nuestro máximo entremés.
Y la noticia, una tras otra, nos mantiene intrigados por conocer cómo sigue lo que viene siguiendo desde siglos. A veces con retórico conteo de fechas, frases hechas y desgana de palabras. Otras con encarnado vibrato de folletín. Bien le haría al oficio (en todos sus medios) que incluyera más novelistas, cuentistas, poetas, ensayistas, dramaturgos, guionistas, que vacuos cagatintas de ocasión.
Se trata de motivar a los lectores como lo hicieron en su tiempo los también periodistas Dickens, Dumas, Verne, Dostoiewsky, Zola, Gorki y entre nosotros Sarmiento, Fray Mocho, Arlt, Tuñón, Borges, Walsh y tantos más. Porque lo primero que buscamos en un diario (de papel, on line, radial o televisivo) es vida.
Pistas, sentido, claridad, huellas, soportes, espejos. Lo que deseamos suceda. Y aquello que deseamos que no. Lo necesitamos (nada menos) como tutorial para saber cómo mover las piezas en el juego del viaje. Para intuir el rumbo que tomarán los días públicos. (Y ajustar el argumento de los privados) Para decidir si como Ulises encaramos el viaje propio o en caravana. Para celebrar dicha o acortar desespero (Y si se nos canta, hasta para salir a buscar un mirlo blanco)
*Esteban Peicovich
Autodidacta. Poeta. Periodista.
Nació en 1930. De pesador de chilled y frozen beef en un frigorífico de La Plata (12 años) pasó a redactor, columnista y crítico de cine en el diario Clarín. Como enviado de ese medio al extranjero recibió el Premio Nacional Kraft al mejor periodista de diarios de 1963. En 1964 fue nombrado secretario de redacción de La Razón. Entre 1974 y 1987 fue corresponsal en el exterior y a su regreso al país, presentador de programas de televisión y radio. Entre ellos Los Palabristas. Fue columnista del diario La Nación entre 1995 y 2008.
Autodidacta. Poeta. Periodista.
Nació en 1930. De pesador de chilled y frozen beef en un frigorífico de La Plata (12 años) pasó a redactor, columnista y crítico de cine en el diario Clarín. Como enviado de ese medio al extranjero recibió el Premio Nacional Kraft al mejor periodista de diarios de 1963. En 1964 fue nombrado secretario de redacción de La Razón. Entre 1974 y 1987 fue corresponsal en el exterior y a su regreso al país, presentador de programas de televisión y radio. Entre ellos Los Palabristas. Fue columnista del diario La Nación entre 1995 y 2008.
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